Reflexiones sobre la pandemia, desde un punto de vista musical, de Ramón Sabaté Ibarz
(Presidente Honorífico de la Asociación Coral VEXILLA REGIS)
PONGAMOS MÚSICA, POR FAVOR
Se atribuye e Shakespeare lo siguiente: “El
destino es el que baraja y reparte las cartas, pero nosotros los que jugamos”.
Pues esta es la cuestión. Y especialmente en
los momentos que vivimos. En el pasado invierno
se nos dejó sobre la mesa una baraja ya preparada para un juego
obligatorio y desconocido. No la preparamos nosotros. Estaba ya lista de
antemano. Se repartieron las cartas. Empezó
el juego. La partida iba a ser larga y endemoniadamente complicada. Pero había
que jugarla y sin descanso. A partir de entonces jugar era gestionar y
gestionar era jugar. Todavía estamos en ello. Y parece que va para largo. Hemos
gestionado el confinamiento, estamos en momentos de gestionar la desescalada. Y
gestionamos el presente decidiendo el futuro buscando desesperadamente el
regreso a una normalidad ignota. Cuidado con el “carpe diem” porque ha
adquirido otras significaciones. Jugar o no jugar la carta adecuada es vital
para el desarrollo y el final de la partida. Los jugadores somos todos sin
excepción. No hay espectadores ni observadores sentados en segunda línea.
Tampoco vale delegar las decisiones en manos de unos cuantos (puede ser muy
peligroso además, visto lo visto). Las reglas del juego no son muchas, pero
de obligado cumplimiento. Una ventaja: no hace falta ser muy experto para
jugar, basta con aplicar el sentido común. Un inconveniente: los que se creen
tan listos que llegan a la estupidez haciéndose trampas a sí mismos y
complicando la vida de los demás. Un hecho relevante de la partida: el final es
irreversible. O ganamos todos o perdemos todos. Hagan juego, señores.
Hagámoslo. Y si puede ser, con buena música de fondo. Se necesita para
purificar el ambiente.
CONCORDIA DISCORS
Leí hace ya unos días que
a los sanitarios que han estado en primera línea contra el COVID-19 se les ha
concedido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. El jurado destacaba
su entrega incondicional y su esfuerzo a pesar de que, precisaba, “en ocasiones
no han contado con el equipamiento y los medios materiales adecuados”.
Justísimo galardón.
Pero me sobrecogió una
inquietante coincidencia: justo en el mismo momento en que saltó la noticia del
premio, en nuestro Congreso de los Diputados se escenificaban vergonzosas
escenas de la antitesis, la Discordia. Una vez más. ¿Habrá que darles, me
preguntaba, a sus señorías el premio a la Discordia?
A propósito de todo ello,
vino a mi mente un texto del historiador latino Salustio. Corresponde a unas
palabras que pone en boca del rey Micipsa, rey de Numidia en el siglo II aC,
dirigiéndose, moribundo, a sus hijos y aconsejándoles: “concordia parvae res
crescunt, discordia maxumae dilabuntur”: “con la concordia las pequeñas cosas
crecen, con la discordia las más grandes se echan a perder”.
Sé
que en este mundo no se puede navegar en el barco de la ingenuidad creyendo que
sólo lo positivo (en este caso la concordia) va a imperar en la sociedad por
mucho que se subrayen sus bondades. Lo sabían también los antiguos. Por ello, y
de modo recurrente acuñaron (Horacio lo concretó de forma magistral) la
expresión CONCORDIA DISCORS (ejemplo evidente de oxímoron) que algunos, creo
que con buena aproximación, han traducido como
DISONANTE CONSONANCIA. Trataban así de explicar cómo elementos que son
de por sí opuestos o diferentes, o por cesión recíproca o por combinación
estudiada o consensuada generan un conjunto armónico.
Esto es más que evidente
en el mundo musical
donde en definitiva el encadenamiento de disonancias y consonancias o de
disonancias que se resuelven armónicamente (con la colaboración indispensable
de espacios de silencio) son los armazones estéticos que subyagan el espíritu
del oyente. En una obra musical donde sólo hubiera consonancias el aburrimiento
producido sería mayúsculo. Por el contrario, si sólo hubiera disonancias la
estridencia y el chirrido nos impedirían acercarnos a ella.
La
vida, el ser humano fluye continuamente entre la “concordancia y la
discordancia”, entre la “consonancia y la disonancia”. Y ahí reside una parte
esencial de su riqueza. La pluralidad, las diferencias, los distintos modos de
abordar los problemas deben producir una suma armónica. Una suma, no un
aplastamiento, no una devastadora victoria, no un continuo acoso y derribo.
Entender bien el “espacio armónico”. Esa es la cuestión. Y ese es uno de los grandes valores humanos que aporta la música.
Me
pregunto por qué este proceso no somos capaces de trasladarlo al mundo de la
política, sobre todo en momentos como el actual donde más se necesita la
mesura, la reflexión, el equilibrio, la búsqueda del bien común. En la esencia
de la democracia está la pluralidad. Y estaría por afirmar que la democracia es
una espléndida tela tejida a base de consonancias y disonancias. Se necesita un
buen telar y buenos tejedores. Se han producido ya demasiados desgarrones y
algunos intrusos tejedores parecen regodearse en ellos.
ECOS DE JUAN DEL ENCINA
Puede que parezca extraño, pero en estos días de
confinamiento, y burla burlando ya estamos en la quincuagésima sexta jornada
cuando escribo estas líneas), se van acumulando en la mente ideas, vivencias,
sensaciones, episodios de la vida anterior. Sí, vida anterior. Porque esta
pandemia decididamente está marcando un antes y un después. Como cuando
nuestros padres y abuelos a la hora de situar un acontecimiento familiar o
vecinal utilizaban la expresión “antes…” o “después de la guerra”.
Estoy seguro que con el
correr de los años venideros no será extraño situar en el tiempo algo
precisando el “antes o después de la pandemia”.
Viene esto a cuento
porque dentro de esta “vida anterior” el mundo musical tiene una importancia
enorme aunque cada cual es lógico que lo interiorice o vivencie de un modo más
o menos intenso. Pues bien, vienen a mi recuerdo vivo algunas canciones
sentidas, vividas, “emocionadas” y compartidas con mi Coro “Vexilla Regis”. Y
quisiera que se entienda ese “mi” no como posesión sino como pertenencia. Y, si
se me permite, como pertenencia intensa y hasta amorosa.
Cantábamos hace unos
pocos años algunas composiciones del admirado Juan del Encina, escritor y
compositor al servicio de la casa de Alba durante el reinado de los Reyes
Católicos. Bien es verdad que son canciones enmarcadas dentro del ámbito del
sentimiento amoroso, pero cuyas letras no puedo dejar de relacionar con el
momento presente. ¿O no es verdad, por ejemplo, que la pérdida o ausencia de un
amor se asemeja mucho a ciertas pérdidas que vivimos hoy, incluidas las
pérdidas de personas queridas que nos ha arrebatado de manera inmisericorde la
pandemia? Me refiero a las pérdidas del encuentro, de compartir presencialmente
el tiempo, la pérdida del abrazo, del beso, de los saludos afectuosos, de la
mirada expresiva. Me refiero al recuerdo de una libertad recortada, puesta
entre paréntesis obligados.
Añadamos
a ello una más que cierta sensación de añoranza por momentos perdidos y
ansiados que ni siquiera sabemos cómo y de qué manera podremos recuperar. Todo
parece ir en el mismo sentido. Todos parece que estemos abrazados por
sentimientos de cautividad y tristeza.
Citemos, leamos y oigamos
algún ejemplo:
Mi libertad en
sosiego,
mi corazón descuidado,
sus muros y fortaleza
amores me la han cercado.
Razón y seso y cordura,
que tenía a mi mandado,
hicieron trato con ellos,
¡malamente me han burlado!
Y la fe, que era el alcaide,
las llaves les ha entregado;
combatieron por los ojos,
diéronse luego de grado,
entraron a escala vista,
con su vista han escalado,
subieron dos mil sospiros,
subió pasión y cuidado.
diciendo «¡Amores, amores!»,
su pendón han levantado.
Cuando quise defenderme,
ya estaba todo tomado;
hube de darme a presión
de grado, siendo forzado.
Agora, triste cativo,
de mí estoy enajenado;
cuando pienso libertarme,
hállome más cativado.
No tiene ningún concierto
la ley del enamorado;
del amor y su poder
no hay quien pueda ser librado.
Y
no olvidemos una cierta desazón por si el olvido y la ausencia se prolongan
hasta límites insoportables:
Pues que ya nunca nos
veis
No sé cómo lo hazéis
Vuestro olvido ha
sido tanto
Que es cosa d’espanto,
En tanpoco nos tenéis
No sé cómo lo hacéis
UNA PARTITURA LLAMADA RESPONSABILIDAD
Una
de las palabras que comienzan a oírse con más asiduidad de lo
acostumbrado en estos últimos días es RESPONSABILIDAD. Estamos en
momentos de empezar a pensar en el llamado desconfinamiento o
desescalada (todo parece indicar, además, que su puesta en práctica
vendrá acompañada de las palabras pausa, lentitud y asimetría).
Confinar
ha sido fácil desde el punto de vista práctico. Ha bastado un
decreto gubernamental y conseguir una disciplina de la ciudadanía
(que parece ha sido altísima) a base de explicar la situación y de
proceder a una vigilancia estricta. Pero el proceso de
desconfinamiento, la llamada desescalada, va a ser mucho más
difícil. La complejidad es mucho mayor. La partitura va a ser mucho
más difícil de interpretar. La casuística, enorme y multiplicada
al máximo. Las urgencias y peticiones para iniciar un cierto camino
de normalidad se enmarañan. Establecer tempos, prioridades,
acompasamientos y coordinaciones va a exigir mucha inteligencia y
mucha pedagogía. Y unos instrumentos muy afinados y ajustados. La
angustia y ansiedad de una crisis económica ya presente y sin
precedentes están también apremiando las decisiones. Y hay que
tener cuidado con las prisas. Conjugar todo ello va a ser una
ejercicio de gramática política endiablado.
Hoy
he podido leer en algún comentarista la referencia a aquel
inteligente refrán: “vísteme despacio que tengo prisa”. Se
atribuye a Octavio Augusto una frase que anticipaba la anterior:
festina
lente,
es decir, “apresúrate despacio” o “date prisa, pero poco a
poco”. Era una recomendación a sus generales insistiendo en que la
precipitación y la temeridad siempre deben evitarse. Cuando se
pretende un trabajo bien hecho, las prisas y la precipitación son
malas consejeras. La sabiduría popular insiste mucho en ello. Así
por ejemplo reza un cantar popular: “hacer
las cosas de prisa / es un pecado mortal / porque hay que hacerlas de
nuevo / pa que no queden tan mal”.
Deberían tomar nota quienes en estos días han de tomar decisiones.
Sin retraso y a su debido tiempo, pero con cautela y moderación.
La
propia estructura política española va a requerir mucho diálogo,
mucha inteligencia, cooperación y generosidad por parte de todos los
gobiernos autonómicos. Lograr un equilibrio entre medidas
centralizadoras y descentralizadoras pide una finura de
interpretación muy difícil de lograr. Pero a nuestros políticos
los tenemos ahí precisamente para eso. Para en momentos complicados
demostrar su valía mediante la toma de decisiones pensadas,
reflexionadas. La ciudadanía sabrá aprobárselo o censurárselo en
su momento. Y me atrevo a decir que en estas ocasiones siempre sabrá
agradecer ese punto de humildad y realismo que se llama reconocer los
errores y rectificar a tiempo. Reconocer que hemos desafinado no es
un error. El error está en no saber detectar el fallo y recomponer
el sonido.
RESPONSABILIDAD
evidente por tanto de nuestros políticos. Pero, además y sobre
todo, RESPONSABILIDAD enorme de todos los ciudadanos y ciudadanas. Es
decir, de toda la orquesta y hasta de los asistentes al concierto.
Responsabilidad que debe dar la medida de una sociedad madura y
asentada en sólidos fundamentos democráticos. Sin este elemento
social y colectivo, va a ser muy difícil salir de esta situación de
una manera cohesionada y racional. Responsabilidad es coherencia,
atender a los requerimientos de mi ser social, de mi pertenencia a la
comunidad, es saber que mi conducta influye en el bien común y en el
bienestar de los demás, de todos los demás, es entender en
definitiva que de mi proceder se derivan consecuencias sanitarias,
sociales y económicas. De alguna manera la RESPONSABILIDAD nos sitúa
como lo que somos o deberíamos ser, protagonistas de la “polis”,
del grupo, de la comunidad, del mundo. La crisis pandémica nos
otorga la oportunidad de dar la talla como seres humanos “agentes”
de la historia y superar definitivamente ese papel paciente o de
simples espectadores.
Hemos
demostrado y estamos demostrando una firmeza ejemplar durante el
confinamiento. Y la hemos acompañado de muestras de solidaridad y
gratitud ejemplares. No podemos dejar que estos logros se vayan al
traste. Es el momento de continuar por la senda de la generosidad que
ahora debe traducirse en RESPONSABILIDAD desechando toda muestra de
egoísmo e individualismo a la hora de respetar las normas y las
indicaciones establecidas para favorecer el bien colectivo.
Como
siempre, viene bien atender al sentido etimológico de la palabra.
Proviene de una forma latina (“responsum”) del verbo
“respondere”, responder. Es decir “obligarse a”,
“comprometerse a algo”. El sufijo “-dad” le otorga el
significado de “cualidad de”. Si asimilamos “responder” a
“comprometerse”, como es de razón, empezaremos a entrar por un
buen y esperanzador camino.
MUSICA Y PANDEMIA
En
estos momentos de tanto desconsuelo, abatimiento cansancio y
reclusión obligada (cuando escribo estas líneas estamos a punto de
cumplir tres semanas de confinamiento por la pandemia del coronavirus
COVID 19) se demuestra que la música en cualquiera de sus
manifestaciones es una fiel y gran compañera aportando un inmenso
caudal de oxígeno y aire fresco a esta ciudadanía perpleja que ni
de lejos podía llegar a pensar que se viera sumida en tales
situaciones.
Una
cascada enorme de versiones musicales varias, de iniciativas de
compositores, de intérpretes recorren caminos veloces y de un punto
cardinal a otro ofreciendo melodías de refresco y aromas de
consuelo. Se nos presenta en las redes sociales una constante lluvia
de videos con sugerencias musicales para el entretenimiento, para el
acompañamiento, para el disfrute, para la reflexión, para la
interiorización, para arropar y hacer más llevadera tanta soledad,
tanta angustia, tanto miedo, tanta incertidumbre.
No.
La música no puede ni sabe estar confinada. La música es y está
para manifestarse, para expandirse, no conoce fronteras, ni muros ni
enclaustramientos. No se encierra en las partituras, ni siquiera en
la cabeza de los autores o en los instrumentos de los intérpretes.
La música es algo vivo, siempre latente, que camina al lado de los
hombres y de las mujeres siempre a su servicio. Y la escuchamos y la
valoramos en función de cómo está nuestra situación personal. No
es lo mismo escuchar las primeras notas de la Quinta sinfonía de
Beethoven o su oda a la alegría de la Novena en condiciones de vida
normalizada que en estos momentos de dificultades mundiales
especialmente serias. No es lo mismo escuchar la Pasión según San
Mateo de Juan Sebastián Bach en un Auditorio o Iglesia repletos de
asistentes que en la soledad de un hogar o en un hogar sacudido por
noticias negativas de expansión de la pandemia. Como no es lo mismo
escuchar una misma canción en una fiesta familiar o de amigos que
escucharla en una despedida.
No,
la música no descansa jamás. Por eso cuando ahora una de las ideas
más manidas que circulan es la de “ya nada será igual en el
futuro” después de la pandemia yo pienso: cierto, nada será
igual, excepto la música que guardará toda su esencia inmutable
para atestiguar que también será posible en el futuro la ternura,
la belleza, el placer estético, la trascendencia hacia lo
meta-humano, la apertura hacia lo infinito, el milagro. Sí, porque
la música misma es un milagro.
¿ESTAMOS
A TIEMPO?
He
empezado a leer un libro que me ha cautivado desde el inicio,
“Relatos de música y músicos (de Voltaire a Ishiguro)”. Se
trata de una selección de textos realizada por Marta Salís
con un elenco profuso de traductores. Una espléndida muestra de
relatos de cuarenta y cuatro escritores en los que la música está
presente desde muy diversos aspectos. La lectura, como digo, promete.
Y de cualquier manera es una muestra evidente y potente de la
presencia de la música desde los cuentos infantiles hasta la
narrativa más variada.
En
su prólogo a modo de presentación Marta Salí ofrece una serie de
citas muy significativas de grandes literatos. Me detengo en la
primera que, por lo demás, creo que viene muy bien en estos tiempos
de confinamiento por la terrible pandemia del coronavirus. Es de
Tolstoi quien escribió allá por 1910, el mismo año de su muerte:
“si
nuestra civilización se fuera al diablo, solo lo lamentaría por la
música”.
Al parecer esas palabras las expresó tras escuchar al pianista ruso
Aleksandr Goldenweiser.
Ciertamente
es una frase lapidaria que hasta puede sonar exagerada. Seguro que lo
lamentaríamos por muchas cosas más, pero puestos a ordenar por
prioridades, parece que Tolstoi lo tenía muy claro. Demuestra en qué
consideración tenía a la música, él, personaje poliédrico y de
una biografía compleja, pero sobre todo hombre de letras y de
profunda espiritualidad. Casualmente la causa de su muerte fue una
neumonía y según relatan algunos de sus biógrafos éstas fueron
algunas de sus últimas palabras dirigidas a quienes le rodeaban: Hay
sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al
cuidado de mí solo?
No
es que crea que nuestra civilización vaya a irse al diablo al menos
hoy por hoy a causa del COVID19, a pesar de que haya algunos, incluso
dirigentes importantes mundiales, que empujan o parecen empujar en
este sentido. Pero hay motivos para pensar que algún cambio de rumbo
tenemos que imprimir a nuestro viaje por esta vida si queremos que
esto no suceda. El navío tiene ya fuertes entradas de agua y precisa
de fuertes bombas de achicamiento.
Dicen
que en el hundimiento del Titanic un grupo de músicos tocó hasta el
final. La música acompañó el hundimiento. Si nuestra civilización
se asemeja hoy al Titanic, procuremos al menos llegar esta vez a
tiempo para impedir el desastre y rebajemos un poco nuestras
pretensiones de falsa grandeza. En esta tarea siempre nos acompañará
la música. Tal vez ha llegado el momento de considerarnos menos
titanes y más seres humanos.
Ramón Sabaté Ibarz.
Presidente Honorífico de la Asociación Coral VEXILLA REGIS