Asociación Coral VEXILLA REGIS

Coro residente en Zaragoza (Aragón - España) especializado en música de los siglos XV al XVIII. 25 ANIVERSARIO (1997 - 2022)

sábado, 4 de abril de 2020

MUSICA Y PANDEMIA. Reflexiones de Ramón Sabaté

Reflexiones sobre la pandemia, desde un punto de vista musical, de Ramón Sabaté Ibarz
(Presidente Honorífico de la Asociación Coral VEXILLA REGIS) 


PONGAMOS MÚSICA, POR FAVOR

Se atribuye e Shakespeare lo siguiente: “El destino es el que baraja y reparte las cartas, pero nosotros los que jugamos”.

Pues esta es la cuestión. Y especialmente en los momentos que vivimos. En el pasado invierno  se nos dejó sobre la mesa una baraja ya preparada para un juego obligatorio y desconocido. No la preparamos nosotros. Estaba ya lista de antemano. Se repartieron las cartas.  Empezó el juego. La partida iba a ser larga y endemoniadamente complicada. Pero había que jugarla y sin descanso. A partir de entonces jugar era gestionar y gestionar era jugar. Todavía estamos en ello. Y parece que va para largo. Hemos gestionado el confinamiento, estamos en momentos de gestionar la desescalada. Y gestionamos el presente decidiendo el futuro buscando desesperadamente el regreso a una normalidad ignota. Cuidado con el “carpe diem” porque ha adquirido otras significaciones. Jugar o no jugar la carta adecuada es vital para el desarrollo y el final de la partida. Los jugadores somos todos sin excepción. No hay espectadores ni observadores sentados en segunda línea. Tampoco vale delegar las decisiones en manos de unos cuantos (puede ser muy peligroso además, visto lo visto). Las reglas del juego no son muchas, pero de obligado cumplimiento. Una ventaja: no hace falta ser muy experto para jugar, basta con aplicar el sentido común. Un inconveniente: los que se creen tan listos que llegan a la estupidez haciéndose trampas a sí mismos y complicando la vida de los demás. Un hecho relevante de la partida: el final es irreversible. O ganamos todos o perdemos todos. Hagan juego, señores. Hagámoslo. Y si puede ser, con buena música de fondo. Se necesita para purificar el ambiente.

CONCORDIA DISCORS

Leí hace ya unos días que a los sanitarios que han estado en primera línea contra el COVID-19 se les ha concedido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. El jurado destacaba su entrega incondicional y su esfuerzo a pesar de que, precisaba, “en ocasiones no han contado con el equipamiento y los medios materiales adecuados”. Justísimo galardón.

Pero me sobrecogió una inquietante coincidencia: justo en el mismo momento en que saltó la noticia del premio, en nuestro Congreso de los Diputados se escenificaban vergonzosas escenas de la antitesis, la Discordia. Una vez más. ¿Habrá que darles, me preguntaba, a sus señorías el premio a la Discordia?

A propósito de todo ello, vino a mi mente un texto del historiador latino Salustio. Corresponde a unas palabras que pone en boca del rey Micipsa, rey de Numidia en el siglo II aC, dirigiéndose, moribundo, a sus hijos y aconsejándoles: “concordia parvae res crescunt, discordia maxumae dilabuntur”: “con la concordia las pequeñas cosas crecen, con la discordia las más grandes se echan a perder”.

Sé que en este mundo no se puede navegar en el barco de la ingenuidad creyendo que sólo lo positivo (en este caso la concordia) va a imperar en la sociedad por mucho que se subrayen sus bondades. Lo sabían también los antiguos. Por ello, y de modo recurrente acuñaron (Horacio lo concretó de forma magistral) la expresión CONCORDIA DISCORS (ejemplo evidente de oxímoron) que algunos, creo que con buena aproximación, han traducido como  DISONANTE CONSONANCIA. Trataban así de explicar cómo elementos que son de por sí opuestos o diferentes, o por cesión recíproca o por combinación estudiada o consensuada generan un conjunto armónico.

Esto es más que evidente en el mundo musical donde en definitiva el encadenamiento de disonancias y consonancias o de disonancias que se resuelven armónicamente (con la colaboración indispensable de espacios de silencio) son los armazones estéticos que subyagan el espíritu del oyente. En una obra musical donde sólo hubiera consonancias el aburrimiento producido sería mayúsculo. Por el contrario, si sólo hubiera disonancias la estridencia y el chirrido nos impedirían acercarnos a ella.

La vida, el ser humano fluye continuamente entre la “concordancia y la discordancia”, entre la “consonancia y la disonancia”. Y ahí reside una parte esencial de su riqueza. La pluralidad, las diferencias, los distintos modos de abordar los problemas deben producir una suma armónica. Una suma, no un aplastamiento, no una devastadora victoria, no un continuo acoso y derribo. Entender bien el “espacio armónico”. Esa es la cuestión. Y ese es uno de los grandes valores humanos que aporta la música.


Me pregunto por qué este proceso no somos capaces de trasladarlo al mundo de la política, sobre todo en momentos como el actual donde más se necesita la mesura, la reflexión, el equilibrio, la búsqueda del bien común. En la esencia de la democracia está la pluralidad. Y estaría por afirmar que la democracia es una espléndida tela tejida a base de consonancias y disonancias. Se necesita un buen telar y buenos tejedores. Se han producido ya demasiados desgarrones y algunos intrusos tejedores parecen regodearse en ellos. 


ECOS DE JUAN DEL ENCINA
         Puede que parezca extraño, pero en estos días de confinamiento, y burla burlando ya estamos en la quincuagésima sexta jornada cuando escribo estas líneas), se van acumulando en la mente ideas, vivencias, sensaciones, episodios de la vida anterior. Sí, vida anterior. Porque esta pandemia decididamente está marcando un antes y un después. Como cuando nuestros padres y abuelos a la hora de situar un acontecimiento familiar o vecinal utilizaban la expresión “antes…” o “después de la guerra”.

Estoy seguro que con el correr de los años venideros no será extraño situar en el tiempo algo precisando el “antes o después de la pandemia”.

Viene esto a cuento porque dentro de esta “vida anterior” el mundo musical tiene una importancia enorme aunque cada cual es lógico que lo interiorice o vivencie de un modo más o menos intenso. Pues bien, vienen a mi recuerdo vivo algunas canciones sentidas, vividas, “emocionadas” y compartidas con mi Coro “Vexilla Regis”. Y quisiera que se entienda ese “mi” no como posesión sino como pertenencia. Y, si se me permite, como pertenencia intensa y hasta amorosa.

Cantábamos hace unos pocos años algunas composiciones del admirado Juan del Encina, escritor y compositor al servicio de la casa de Alba durante el reinado de los Reyes Católicos. Bien es verdad que son canciones enmarcadas dentro del ámbito del sentimiento amoroso, pero cuyas letras no puedo dejar de relacionar con el momento presente. ¿O no es verdad, por ejemplo, que la pérdida o ausencia de un amor se asemeja mucho a ciertas pérdidas que vivimos hoy, incluidas las pérdidas de personas queridas que nos ha arrebatado de manera inmisericorde la pandemia? Me refiero a las pérdidas del encuentro, de compartir presencialmente el tiempo, la pérdida del abrazo, del beso, de los saludos afectuosos, de la mirada expresiva. Me refiero al recuerdo de una libertad recortada, puesta entre paréntesis obligados.

         Añadamos a ello una más que cierta sensación de añoranza por momentos perdidos y ansiados que ni siquiera sabemos cómo y de qué manera podremos recuperar. Todo parece ir en el mismo sentido. Todos parece que estemos abrazados por sentimientos de cautividad y tristeza.

Citemos, leamos y oigamos algún ejemplo:

Mi libertad en sosiego,
mi corazón descuidado,
sus muros y fortaleza
amores me la han cercado.
Razón y seso y cordura,
que tenía a mi mandado,
hicieron trato con ellos,
¡malamente me han burlado!
Y la fe, que era el alcaide,
las llaves les ha entregado;
combatieron por los ojos,
diéronse luego de grado,
entraron a escala vista,
con su vista han escalado,
subieron dos mil sospiros,
subió pasión y cuidado.
diciendo «¡Amores, amores!»,
su pendón han levantado.
Cuando quise defenderme,
ya estaba todo tomado;

hube de darme a presión
de grado, siendo forzado.
Agora, triste cativo,
de mí estoy enajenado;
cuando pienso libertarme,
hállome más cativado.
No tiene ningún concierto
la ley del enamorado;
del amor y su poder
no hay quien pueda ser librado.

         Y no olvidemos una cierta desazón por si el olvido y la ausencia se prolongan hasta límites insoportables: 

Pues que ya nunca nos veis
No sé cómo lo hazéis
Vuestro olvido ha sido tanto
Que es cosa d’espanto,
En tanpoco nos tenéis

No sé cómo lo hacéis


UNA PARTITURA LLAMADA RESPONSABILIDAD
         Una de las palabras que comienzan a oírse con más asiduidad de lo acostumbrado en estos últimos días es RESPONSABILIDAD. Estamos en momentos de empezar a pensar en el llamado desconfinamiento o desescalada (todo parece indicar, además, que su puesta en práctica vendrá acompañada de las palabras pausa, lentitud y asimetría).

     Confinar ha sido fácil desde el punto de vista práctico. Ha bastado un decreto gubernamental y conseguir una disciplina de la ciudadanía (que parece ha sido altísima) a base de explicar la situación y de proceder a una vigilancia estricta. Pero el proceso de desconfinamiento, la llamada desescalada, va a ser mucho más difícil. La complejidad es mucho mayor. La partitura va a ser mucho más difícil de interpretar. La casuística, enorme y multiplicada al máximo. Las urgencias y peticiones para iniciar un cierto camino de normalidad se enmarañan. Establecer tempos, prioridades, acompasamientos y coordinaciones va a exigir mucha inteligencia y mucha pedagogía. Y unos instrumentos muy afinados y ajustados. La angustia y ansiedad de una crisis económica ya presente y sin precedentes están también apremiando las decisiones. Y hay que tener cuidado con las prisas. Conjugar todo ello va a ser una ejercicio de gramática política endiablado.

Hoy he podido leer en algún comentarista la referencia a aquel inteligente refrán: “vísteme despacio que tengo prisa”. Se atribuye a Octavio Augusto una frase que anticipaba la anterior: festina lente, es decir, “apresúrate despacio” o “date prisa, pero poco a poco”. Era una recomendación a sus generales insistiendo en que la precipitación y la temeridad siempre deben evitarse. Cuando se pretende un trabajo bien hecho, las prisas y la precipitación son malas consejeras. La sabiduría popular insiste mucho en ello. Así por ejemplo reza un cantar popular: “hacer las cosas de prisa / es un pecado mortal / porque hay que hacerlas de nuevo / pa que no queden tan mal”. Deberían tomar nota quienes en estos días han de tomar decisiones. Sin retraso y a su debido tiempo, pero con cautela y moderación.

La propia estructura política española va a requerir mucho diálogo, mucha inteligencia, cooperación y generosidad por parte de todos los gobiernos autonómicos. Lograr un equilibrio entre medidas centralizadoras y descentralizadoras pide una finura de interpretación muy difícil de lograr. Pero a nuestros políticos los tenemos ahí precisamente para eso. Para en momentos complicados demostrar su valía mediante la toma de decisiones pensadas, reflexionadas. La ciudadanía sabrá aprobárselo o censurárselo en su momento. Y me atrevo a decir que en estas ocasiones siempre sabrá agradecer ese punto de humildad y realismo que se llama reconocer los errores y rectificar a tiempo. Reconocer que hemos desafinado no es un error. El error está en no saber detectar el fallo y recomponer el sonido.

RESPONSABILIDAD evidente por tanto de nuestros políticos. Pero, además y sobre todo, RESPONSABILIDAD enorme de todos los ciudadanos y ciudadanas. Es decir, de toda la orquesta y hasta de los asistentes al concierto. Responsabilidad que debe dar la medida de una sociedad madura y asentada en sólidos fundamentos democráticos. Sin este elemento social y colectivo, va a ser muy difícil salir de esta situación de una manera cohesionada y racional. Responsabilidad es coherencia, atender a los requerimientos de mi ser social, de mi pertenencia a la comunidad, es saber que mi conducta influye en el bien común y en el bienestar de los demás, de todos los demás, es entender en definitiva que de mi proceder se derivan consecuencias sanitarias, sociales y económicas. De alguna manera la RESPONSABILIDAD nos sitúa como lo que somos o deberíamos ser, protagonistas de la “polis”, del grupo, de la comunidad, del mundo. La crisis pandémica nos otorga la oportunidad de dar la talla como seres humanos “agentes” de la historia y superar definitivamente ese papel paciente o de simples espectadores.

Hemos demostrado y estamos demostrando una firmeza ejemplar durante el confinamiento. Y la hemos acompañado de muestras de solidaridad y gratitud ejemplares. No podemos dejar que estos logros se vayan al traste. Es el momento de continuar por la senda de la generosidad que ahora debe traducirse en RESPONSABILIDAD desechando toda muestra de egoísmo e individualismo a la hora de respetar las normas y las indicaciones establecidas para favorecer el bien colectivo.

Como siempre, viene bien atender al sentido etimológico de la palabra. Proviene de una forma latina (“responsum”) del verbo “respondere”, responder. Es decir “obligarse a”, “comprometerse a algo”. El sufijo “-dad” le otorga el significado de “cualidad de”. Si asimilamos “responder” a “comprometerse”, como es de razón, empezaremos a entrar por un buen y esperanzador camino.


MUSICA Y PANDEMIA      
     En estos momentos de tanto desconsuelo, abatimiento cansancio y reclusión obligada (cuando escribo estas líneas estamos a punto de cumplir tres semanas de confinamiento por la pandemia del coronavirus COVID 19) se demuestra que la música en cualquiera de sus manifestaciones es una fiel y gran compañera aportando un inmenso caudal de oxígeno y aire fresco a esta ciudadanía perpleja que ni de lejos podía llegar a pensar que se viera sumida en tales situaciones.

Una cascada enorme de versiones musicales varias, de iniciativas de compositores, de intérpretes recorren caminos veloces y de un punto cardinal a otro ofreciendo melodías de refresco y aromas de consuelo. Se nos presenta en las redes sociales una constante lluvia de videos con sugerencias musicales para el entretenimiento, para el acompañamiento, para el disfrute, para la reflexión, para la interiorización, para arropar y hacer más llevadera tanta soledad, tanta angustia, tanto miedo, tanta incertidumbre.

     No. La música no puede ni sabe estar confinada. La música es y está para manifestarse, para expandirse, no conoce fronteras, ni muros ni enclaustramientos. No se encierra en las partituras, ni siquiera en la cabeza de los autores o en los instrumentos de los intérpretes. La música es algo vivo, siempre latente, que camina al lado de los hombres y de las mujeres siempre a su servicio. Y la escuchamos y la valoramos en función de cómo está nuestra situación personal. No es lo mismo escuchar las primeras notas de la Quinta sinfonía de Beethoven o su oda a la alegría de la Novena en condiciones de vida normalizada que en estos momentos de dificultades mundiales especialmente serias. No es lo mismo escuchar la Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach en un Auditorio o Iglesia repletos de asistentes que en la soledad de un hogar o en un hogar sacudido por noticias negativas de expansión de la pandemia. Como no es lo mismo escuchar una misma canción en una fiesta familiar o de amigos que escucharla en una despedida.

No, la música no descansa jamás. Por eso cuando ahora una de las ideas más manidas que circulan es la de “ya nada será igual en el futuro” después de la pandemia yo pienso: cierto, nada será igual, excepto la música que guardará toda su esencia inmutable para atestiguar que también será posible en el futuro la ternura, la belleza, el placer estético, la trascendencia hacia lo meta-humano, la apertura hacia lo infinito, el milagro. Sí, porque la música misma es un milagro.



¿ESTAMOS A TIEMPO?
He empezado a leer un libro que me ha cautivado desde el inicio, “Relatos de música y músicos (de Voltaire a Ishiguro)”. Se trata de una selección de textos realizada por Marta Salís1 con un elenco profuso de traductores. Una espléndida muestra de relatos de cuarenta y cuatro escritores en los que la música está presente desde muy diversos aspectos. La lectura, como digo, promete. Y de cualquier manera es una muestra evidente y potente de la presencia de la música desde los cuentos infantiles hasta la narrativa más variada.

En su prólogo a modo de presentación Marta Salí ofrece una serie de citas muy significativas de grandes literatos. Me detengo en la primera que, por lo demás, creo que viene muy bien en estos tiempos de confinamiento por la terrible pandemia del coronavirus. Es de Tolstoi quien escribió allá por 1910, el mismo año de su muerte: “si nuestra civilización se fuera al diablo, solo lo lamentaría por la música”. Al parecer esas palabras las expresó tras escuchar al pianista ruso Aleksandr Goldenweiser.

Ciertamente es una frase lapidaria que hasta puede sonar exagerada. Seguro que lo lamentaríamos por muchas cosas más, pero puestos a ordenar por prioridades, parece que Tolstoi lo tenía muy claro. Demuestra en qué consideración tenía a la música, él, personaje poliédrico y de una biografía compleja, pero sobre todo hombre de letras y de profunda espiritualidad. Casualmente la causa de su muerte fue una neumonía y según relatan algunos de sus biógrafos éstas fueron algunas de sus últimas palabras dirigidas a quienes le rodeaban: Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?

No es que crea que nuestra civilización vaya a irse al diablo al menos hoy por hoy a causa del COVID19, a pesar de que haya algunos, incluso dirigentes importantes mundiales, que empujan o parecen empujar en este sentido. Pero hay motivos para pensar que algún cambio de rumbo tenemos que imprimir a nuestro viaje por esta vida si queremos que esto no suceda. El navío tiene ya fuertes entradas de agua y precisa de fuertes bombas de achicamiento.

Dicen que en el hundimiento del Titanic un grupo de músicos tocó hasta el final. La música acompañó el hundimiento. Si nuestra civilización se asemeja hoy al Titanic, procuremos al menos llegar esta vez a tiempo para impedir el desastre y rebajemos un poco nuestras pretensiones de falsa grandeza. En esta tarea siempre nos acompañará la música. Tal vez ha llegado el momento de considerarnos menos titanes y más seres humanos.


1 Editado por ALBA (CLÁSICA MAIOR). BARCELONA 2018
Ramón Sabaté Ibarz.
Presidente Honorífico de la Asociación Coral VEXILLA REGIS