Septiembre
de 2020. Desde hace unos días hemos regresado a los ensayos del Coro. La
interrupción ha sido larga: desde finales de Febrero. Durante este tiempo, sólo
hemos tenido unas experiencias gozosas con la grabación telemática de un par de
canciones para mantener viva la afición y la ilusión por el canto coral y
vernos las caras los coralistas. Demasiado poco.
Ahora
hemos vuelto a los ensayos presenciales: seccionados, divididos, con
mascarilla, con temores, con precauciones, con la incertidumbre como bandera.
La COVID-19 lo ha emponzoñado todo. Salí de este primer ensayo con una mezcla
de sensaciones muy difíciles de definir. Trataré de desenmarañar mis ideas.
Tengo
la convicción de que La Junta y la Directora han tomado la buena decisión: hay
que reemprender el trabajo, necesitamos romper el bucle epidémico que nos
encierra, nos aprisiona, nos condiciona de modo abrumador. Debemos salir de ese
duro cascarón que pretende obstaculizarnos la respiración, la vida en
definitiva.
No.
No podemos volver a la vida de Febrero. Lo sé. La vida ha cambiado radicalmente
en muchos aspectos. Los condicionantes ahora son muchos. Debemos tomar todas
las precauciones, adecuarnos a las posibilidades reales. En suma, adaptarnos a
esa realidad sobrevenida (que no normalidad,
término que me niego a utilizar aunque sea edulcorándola con el adjetivo nueva). Hay que salir, hay que abrir
ventanas, hay que ponerse en marcha, hay que retomar las riendas de la vida
aprendiendo a convivir con el COVID 19. Correremos riesgos, sin duda. Pero
empiezo a pensar que uno de los mayores riesgos es el miedo. Este miedo no nos
puede ni debe paralizar.
El
reencuentro con los compañeros y compañeras de nuestro Vexilla Regis fue
gratificante, pero se me quedó todo muy corto, demasiado corto. La distancia,
la falta de saludo y de abrazo, la imposibilidad de vernos abiertamente las
caras, las expresiones, la emisión de una voz falseada por la barrera mascaril,
no poder interaccionar con la expresión facial de Cristina mientras nos
dirige…demasiadas interferencias que atentan a mi juicio contra la propias
características esenciales de la vida coral: la comunicación, la libertad de
movimientos, la cercanía, el compartir espacio, material, expresiones y
sensaciones sin cortapisas ni barreras,
escuchar con limpieza y claridad el sonido de las voces… Demasiados
inconvenientes que me bajaron el ánimo temporalmente.
Sin
embargo, hay que contar con todo ello y hay que asimilar todos estos
inconvenientes. Porque hay que seguir, hay que regresar aunque sea a paso lento
y con dificultades. No podemos dejarnos vencer por esta cruel realidad que
hemos de convertir en circunstancial. Y porque la música es y ha de ser un
soporte esencial para la supervivencia del espíritu, para la VIDA.